Una muerte que nunca debió ocurrir

El fútbol vuelve a estar de luto. El pasado jueves se vivió una de las noches más tristes del fútbol chileno tras la muerte de Mylan, de 12 años, y Martina, de 18, quienes fallecieron en medio de incidentes en la entrada del Estadio Monumental para el partido entre Colo-Colo y Fortaleza por la Copa Libertadores.

Si bien está en investigación lo sucedido, todo apunta a que fueron aplastados bajo una reja por un carro lanza gases de Carabineros, en medio de un operativo para controlar intentos de avalanchas para entrar al Estadio.

No fue hasta el minuto 73 de partido, en que hinchas de la Garra Blanca entraron a la cancha tras romper uno de los acrílicos del sector Arica del Monumental, lo que llevó a la suspensión del encuentro.

Si, el encuentro fue suspendido porque un grupo de hinchas ingresó a la cancha, no porque fallecieron dos niños en la entrada del estadio. Al parecer, para la CONMEBOL y para Blanco y Negro S.A., son mucho más importantes el espectáculo del fútbol y los dineros que se mueven que la vida de dos seguidores del club albo.

De hecho, los jugadores de Colo-Colo sólo se enteraron de la situación a partir de los incidentes, cuando los propios hinchas les mostraron la noticia desde las tribunas. Si no es por eso, nada pasaba: el show debe continuar.

¿Quién es realmente responsable?

Desde el primer minuto en que se conoció la noticia, los medios tradicionales de comunicación tuvieron un culpable claro: la Garra Blanca. Por supuesto que es muy fácil culpar a los delincuentes barristas de Colo-Colo, protagonistas continuos de situaciones problemáticas en nuestro fútbol. Pero ¿no hay nada más allá?

En espectáculos de este tipo hay diversas responsabilidades: la CONMEBOL en primera instancia como organizador del evento; Blanco y Negro, como garante de las condiciones dentro del estadio para que se pueda desarrollar el encuentro; la Delegación Presidencial con la factibilidad y los permisos; las Empresas de Seguridad que diseñan el plan de contingencia; y finalmente Carabineros de Chile que cuidaba la seguridad donde ocurrieron los hechos.

El hecho que desde redes sociales ligadas a la Garra Blanca hayan existido llamados a hacer avalanchas para ingresar al estadio, solamente reforzaba la necesidad de contar con un plan de seguridad robusto y eficiente para los accesos al estadio. Culpar exclusivamente a la hinchada de Colo-Colo es tapar el sol con un dedo, ya que lamentablemente nos hemos acostumbrado a que en eventos masivos ocurran situaciones similares (conciertos, fiestas, partidos, etc).

Allí vemos reflejado lo más lamentable de la mentalidad individualista, neoliberal y consumista que hace ya varias décadas tiene nuestra sociedad en general, y en donde las barras solo son un reflejo más de lo que somos. En donde gana el más vivo y no el que cumple con las reglas. Toda la lógica del llegar más lejos cagándome al de al lado, que nos explota en la cara con la muerte de estos dos inocentes de esta semana.

Para otro momento podremos dejar las reflexiones sociológicas sobre dónde se genera esta mentalidad, de donde viene la violencia, qué implican las barras para la vivencia de los jóvenes en los sectores marginales, etc.

Lo importante de destacar aquí es que la responsabilidad esencial de la muerte de Mylan y Martina no es de quienes hicieron la avalancha, sino de los que respondieron con brutalidad y muerte por hacerla. La avalancha no es una causa, es el contexto. Y lo que aquí debe estar en discusión es el rol de la policía en las muertes.

La brutalidad policial como política institucionalizada

Sin ánimo de justificar el actuar de la Garra Blanca, los desórdenes en espacios públicos pueden ser un delito, e incluso poner en riesgo vidas, pero en ningún caso es un crimen. Lo que hizo Carabineros de Chile, sí. Y no es algo nuevo.

Ya había pasado ahí mismo a la salida del Monumental en enero de 2020, cuando un camión atropelló a Jorge Mora, el “Neko”. Pasó durante todo el ciclo del estallido social. Y ha venido pasando década tras década con diversos conflictos y situaciones complejas sociales, que la policía chilena no está en condiciones de abordar.

Señalar que la brutalidad está en el actuar criminal de Carabineros no  significa justificar las avalanchas. Es, más bien, asignar las responsabilidades donde realmente corresponden, sin normalizar la represión desmedida. Si no, vamos a terminar aceptando que una protesta sin permiso, una barricada o el corte de una calle sean excusas para justificar muertes. Y ese mismo discurso fue el que se intentó imponer en 2019, minimizando la brutalidad estatal y perpetuando la impunidad.

Que distinto sería tener una policía que efectivamente haga la pega, con preparación de excelencia, inteligencia policial, criterio profesional en situaciones extremas. Pero no. Lo sucedido en el Estadio Monumental refuerza lo que sabíamos desde 2019: hay graves problemas de desempeño profesional en las fuerzas policiales.

Carabineros con formación breve e insuficiente, faltos de criterio en situaciones extremas e incluso con actitudes al límite del lumpen como el acoso que sufrieron los familiares de las víctimas en la Clínica Bupa, quienes fueron amenazados y agredidos por los Carabineros que llegaron al lugar.

Y todo eso sin mencionar los temas de corrupción en el alto mando. Hoy tenemos una crisis de seguridad, pero el combate a la delincuencia también incluye dejar de ser cobarde y decir con todas las letras que hay que reestructurar la policía. Darle más atribuciones a estos perros de choque que solo saben reprimir y matar también es parte del problema. Quizás no refundar la institución como pretendíamos en 2019, pero si someterla a una reingeniería profunda.

¿Estadio Seguro?: menos familia, menos carnaval, peores problemas

Era mayo de 2011 cuando el gobierno de Sebastián Piñera oficializó el Plan Estadio Seguro, dependiente del Ministerio del Interior y Seguridad Pública y con el cual pretendía reducir violencia en los estadios y erradicar las barras bravas. ¿Resultados? Se implementó desde un enfoque excesivamente represivo, sin resolver las causas sociales del fenómeno.

Desde el primer momento generó mayor tensión entre hinchas y fuerzas policiales, criminalizó expresiones culturales legítimas de los hinchas como los bombos y lienzos, limitó el acceso a las galerías con precios elevados de entradas y exigencias excesivas, y finalmente no logró reducir significativamente los episodios de violencia. Finalmente esta semana, a 14 años de su implementación, el recién asumido Ministro de Seguridad, Luis Cordero, ha anunciado que el plan llega a su fin.

Sin embargo, nada garantiza que la política que reemplace a Estadio Seguro sea realmente mejor. Este gobierno nos ha dado suficientes muestras de que se deja llevar ante la presión, y en este escenario con dos hinchas fallecidos, perfectamente podemos terminar con medidas aún más represivas hacia quienes vamos a los estadios.

Sobre todo considerando que en nuestro país, quienes nos gobiernan (sean de izquierda o derecha), vienen de una clase social que poco sabe del Chile real. ¿Qué puede saber de los fenómenos sociales populares que rodean a las hinchadas quienes nunca han pisado una galería? ¿Qué nos pueden venir a proponer sin conocer la cultura del hincha? ¿Cómo no nos van a culpar si nunca han vivido el trato que recibimos de la policía cada fin de semana?. Siguen tomando decisiones sin conocer la realidad, porque los lejanos palcos nunca entenderán la galería.

Un caso interesante de observar es el de Alemania, donde tras varios incidentes graves de seguridad en torno al fútbol vivido a principios de los ‘90, se dieron cuenta que la respuesta puramente represiva no bastaba para resolver el problema, por lo que optaron por un enfoque integral.

El trabajo entre hinchas, clubes y autoridades locales, con participación activa de los hinchas en el diseño de las normas internas de convivencia en los estadios es la base de la política. Los clubes tienen regulaciones internas claras, con sanciones administrativas y prohibiciones de ingreso para quienes incumplen las normas, pero sin necesidad de judicializar automáticamente. De esta manera se fomenta la responsabilidad colectiva dentro de los grupos de hinchas organizados.

En relación a la policía, mantienen generalmente un perfil discreto, interviniendo solo cuando es absolutamente necesario. Y con una figura interesante: el Fanprojekte, iniciativas especializadas en fútbol, conformadas por trabajadores sociales en coordinación con la policía, quienes mantienen contacto directo con los hinchas. No trabajan desde la represión, sino desde la prevención, mediación de conflictos, educación social e incluso organizando junto a los clubes actividades culturales y deportivas fuera del día del partido.

Por cierto que estamos a años luz de un país con las características de Alemania, pero es interesante mirar a un modelo que ha funcionado y que se para desde otro enfoque distinto al puramente represivo. Porque cuando a los hinchas se le dan las herramientas y los espacios de participación se puede avanzar.

El horizonte sigue siendo recuperar el fútbol social y comunitario

La problemática de las barras bravas y la violencia sin duda es un tema estructural. Está mucho más relacionado con el abandono del Estado o el aumento de la presencia del narco en las poblaciones que con la práctica de un deporte. Pero el telón de fondo de estos fenómenos es la consolidación del fútbol como negocio y el abandono del fútbol como herramienta social y comunitaria como hace algunas décadas.

Los antiguos clubes sociales, que además de fútbol traían de la mano comunidad, vínculos, amistades y toda una red que giraba en torno a la práctica deportiva fueron reemplazados por las sociedades anónimas deportivas, símbolo de la mercantilización extrema del fútbol. El socio del club fue reemplazado por un hincha-cliente, que paga por un servicio/espectáculo en vez de ser parte de una comunidad en torno al equipo que sigue.

Esto ratifica la lógica competitiva, individualista y de consumo del neoliberalismo, que si se juntan con las lógicas de las pandillas, terminan generando ese hincha barra brava que está mucho más pendiente de pasar por encima del resto que de generar comunidad en torno a su club.

Cuando vemos ejemplos como el de Alemania, nos damos cuenta de que es posible controlar la violencia en el fútbol sin recurrir a una política represiva extrema que solo genera más tensión social y desconfianza hacia unas instituciones ya deslegitimadas como Carabineros de Chile.

Esperemos que las políticas que vengan a reemplazar a Estadio Seguro no sigan esta lógica anticuada que, lejos de solucionar el problema, contribuye a agravarlo, generando más episodios lamentables como el ocurrido en el reciente partido de Colo-Colo.

Es urgente replantear el fútbol como un espacio popular, de acceso equitativo, y no exclusivamente comercial. Con clubes fuertes, controlados por sus hinchas y no por multimillonarios, con un rol social y comunitario clave. Y sobretodo necesitamos políticos que conozcan la realidad de Chile, que pisen la galería, que sientan en primera persona lo bueno y lo malo de vivir el fútbol.

Matias Gazmuri

Wanderino. Nació en Chillán pero ha vivido toda su vida en Villa Alemana. De profesión periodista y sociólogo. Militante del proyecto nacional popular. Activista ambiental y ex dirigente estudiantil.

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